Nuestro consumo de música no se limita al sonido grabado o reproducido en emisoras de radio y televisión; en él juega un papel primordial la música en vivo, los conciertos, sean éstos de música culta, popular o folklórica. Obviamente hasta la aparición del sonido grabado a finales del siglo XIX toda la música era en vivo. A lo largo de la historia buena parte de ella ha tenido logar en el marco de monasterios, iglesias o catedrales, entendida entonces no como un espectáculo, no como un mero entretenimiento, sino como parte indispensable de la liturgia, con una clara función religiosa. Fuera del entorno religioso y hasta el siglo XVII la actividad musical se desarrollaba en el ámbito privado de casas y palacios de nobles. Es entonces, concretamente en 1646, cuando se abrió en Valencia el Teatro de San Casiano, primer teatro público al que se podía acceder pagando entrada para ver ópera. Unos 20 años más tarde, en Londres, se organizarían los primeros conciertos públicos.
El cantante Alejandro Sanz durante un concierto
Actualmente, en nuestra sociedad de consumo prima el espectáculo y en el ámbito de la música popular un concierto es un acontecimiento puramente escenográfico. Los productos se apoyan en muchos casos en la imagen de los cantantes antes que en sus cualidades musicales, y la propia puesta en escena o la coreografía tienen más protagonismo que la propia música. La organización de un concierto es así un proceso complejo que comienza con la elección del repertorio, en el que además de los temas del último disco del cantante se incluyen temas antiguos o versiones de temas de otros músicos. El aspecto visual, como ya hemos indicado, es esencial y por ello cuenta con un técnico de sonido, de iluminación, un director artístico y un coreógrafo.
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